Este mes cumplo años (octubre), y un amigo me ha regalado un libro que me ha proporcionado un respiro muy necesario del absurdo de nuestro día a día, presentando para ello un absurdo alternativo. Cursed Bunny (2022), de la escritora coreana Bora Chung, reúne algunos de los relatos cortos más vívidos que he leído en bastante tiempo. Las imágenes que conjura se han alojado en mi cabeza: una mujer se queda atónita al descubrir que la caca y otras cosas que ha arrojado por el inodoro se han convertido en un ser vivo, que llama a su madre desde el fondo de la taza. Eso le impedirá defecar, y pronto dejará de ir al baño. En otro relato, un hombre encarcelado de por vida sufre abusos por parte de un monstruo desconocido e invisible; cuando consigue escapar, es secuestrado por una banda itinerante que lo alquila para peleas, en vista de sus misteriosos poderes. Son relatos horribles y aterradores, pero extrañamente adictivos en su horror y con un gran potencial de llegar a lo profundo. Me recuerdan a la experiencia de leer cuentos de hadas cuando era niña; me refiero a los cuentos tradicionales, aquellos que eran espectaculares y aterradores a partes iguales, y contenían un mensaje importante sobre la vida pero también tenían algo de entretenimiento puro, sin mayores pretensiones.
Octubre, que marca un giro completo alrededor del sol, ha marcado también un año desde el comienzo de la guerra de Israel en Gaza. Esta guerra y su campaña de genocidio contra el pueblo palestino son probablemente los eventos más definitorios de nuestro tiempo. Al cabo de un año, aparte de las muchas atrocidades que hemos presenciado en este genocidio —entre las que incluyo el apoyo de los medios y los gobiernos británico y estadounidense a Israel, acompañado de la luz de gas efectuada sobre la opinión pública—, he conocido más de cerca las redes de solidaridad internacional hacia el pueblo palestino. El artículo Free Alaa: The anti-imperial threads of abolition [Liberad a Alaa: los hilos antiimperialistas de abolición] me ha ayudado a entender hasta qué punto la lucha palestina sigue hallando apoyos más allá de fronteras estatales y causas políticas. El prisionero político angloegipcio Alaa Abdel Fattah ha escrito abundantemente, desde su encarcelamiento en una prisión fuera de Egipto, sobre la opresión del estado de Egipto y las líneas directas de afinidad entre la causa palestina y la de la revolución egipcia. Prisionero desde 2011 a causa de sus protestas contra la opresiva dictadura de El Sisi, Fattah debería haber sido liberado a finales de septiembre. Pero llegó octubre, y Fattah sigue encarcelado indefinidamente. Su madre está protestando contra el fracaso del Estado británico a la hora de garantizar la libertad de uno de sus súbditos, y ha emprendido una huelga de hambre. En el momento de escribir esto, lleva ya 27 días.
La pena se ha infiltrado en mi día a día. Llevo mucho tiempo aprendiendo a vivir en contacto con las realidades de la pérdida y la añoranza. Hace unas semanas vi una publicación de Instagram (¡no encuentro el enlace!, me ha fallado el algoritmo, lo siento) que describía la pena como una oportunidad para revivir el recuerdo de la persona que hemos perdido. En un caso como ese, decía, recordamos ese amor y experimentamos de nuevo su pérdida. Vivimos simultáneamente una experiencia de amor y dolor. El precio del amor es la pérdida, me dijeron en cierta ocasión. ¿Cómo hacer frente a este evento, el más frecuente de aquellos que todos compartimos?
La música ha sido una gran ayuda y, este mes, las melancólicas meditaciones sobre la tristeza y la vulnerabilidad del músico sudanés-canadiense Mustafa han teñido mi exploración de la pena con cierta suavidad y gracia. Pero, en este proceso, no todo ha sido tan reposado. Teya Logos, una productora y DJ filipina trans de música hard dance y klub, me ha ofrecido la posibilidad de sentir ira, pena y humor a la vez. Su soundcloud me ha acompañado en los frecuentes arrebatos de ira que he sentido ante los enloquecidos eventos que definen nuestro tiempo. Su música, que samplea por igual pop, budots y el ruido más extremo, es un viaje por la cultura pop y queer de Filipinas con un inequívoco enfoque de izquierda radical. Bailar sus agresivos temas de klub es una experiencia catártica, que me recuerda que la pena y la rabia a menudo van de la mano y deberíamos prestar atención a ambas. Entre mis temas favoritos están su homenaje al fallecido líder del partido comunista filipino, JoMa Sison, el intenso himno de baile BEKI BOUNCE y el tema cuyo título me sirve para cerrar estas líneas: FUCK THE WEST.