Pensar con agua, pensar en ondas

Este ensayo se incluyó en el número 01 de la revista impresa de Artium Museoa, AMA, dedicada a Plazaratu y publicada en marzo de 2023.

«Lo siento, solo tengo un vaso de agua» es algo que hemos escuchado y dicho muchas veces al entrar en casa de otra persona o al recibir a alguien en la nuestra. Al pronunciar esta frase, no nos estamos disculpando tanto por solo tener un vaso de agua -podrían ser varios- sino más bien por tener un vaso de agua sola, sin sabores añadidos. Ante la continua sofisticación del gusto, las materias primas contraen una vergüenza prestada. No están lo suficientemente refinadas, procesadas, disimuladas. Y, a la vez, son más deseadas, necesitadas y promocionadas que nunca en un planeta en crisis. El agua no es una materia prima más: es la materia primera. Al ofrecer cualquier otro tipo de bebida, seguimos ofreciendo un vaso de agua. Es más, en un vaso de agua hay mucha más agua de la que en apariencia cabe en el recipiente. En How Much Water[i], la voz grave y seca de Flavia Dzodan nos cuenta la historia colonial del té y nos recuerda que cuándo bebemos un taza de té «estamos a punto de beber treinta y cuatro litros de agua». Pero no sólo los líquidos están hechos de agua, también lo están los sólidos. Existe otra memoria del agua en el vaso que la contiene. Es la memoria de los procesos de producción industrial, pero también de un tiempo ancestral, insondable, más profundo que el más allá de la historia. Es el tiempo primigenio.

Cuando compartí esta anécdota recurrente con la artista Tabita Rezaire durante nuestra conversación para la serie de podcasts Corona Under the Ocean[ii], ella me diría que la respuesta ante la invitación a un vaso de agua debería ser otra, muy diferente: «tengo el gran privilegio de ofrecerte un regalo de la Tierra que da vida, que va a nutrir tu ser en todas las células y moléculas de tu cuerpo. Es así como deberíamos ofrecer un vaso de agua, incluso recibirlo.» La voz de Tabita, que también me cuenta que se ha entrenado para dar siempre las gracias antes de beber agua, se adelanta, como un oráculo, a algunas de las cuestiones de las que hablaríamos Astrida Neimanis y yo en la siguiente conversación para dicha serie de podcasts. Con respecto a la vergüenza social adquirida por no tener nada más que un vaso de agua para ofrecer a nuestras invitadas a casa, Astrida dirá: «tal vez en algunos años será realmente un regalo inmensamente maravilloso y precioso porque el agua se volverá tan rara… o al menos el agua potable lo hará. Y creo que esto es muy revelador de la manera en la que el agua funciona en nuestra vida: como algo completamente olvidado y subestimado (por ahora) que anima a todos los seres vivos y, la vez, como lo más preciado».

Las palabras me recuerdan a las gotas de agua, pasan de un cuerpo a otro, transformándose. Esta idea fluye a través del cuerpo de Tabita Rezaire. Sus palabras vuelven una y otra vez a la memoria del agua, imitando sus lógicas:  «El agua que tu cuerpo es ahora tal vez antes era un río, tal vez antes era una parte del océano. Al morir vas a devolver tus aguas a la tierra, para después evaporarse de nuevo y quizás luego llover dentro de un vaso que alguien beberá, convirtiéndose en esa persona. Tal vez este va a ser su camino, haciendo que algunos antepasados tengan el mismo agua que tú… Es tan hermoso! Quién sabe por lo que han pasado todas estas aguas que están dentro de ti. Han vivido como la memoria que tenemos porque el agua tiene memoria». Astrida retomará la transmutación del agua con uno de sus muchos eventos posibles, el cómo las gotas imperceptibles de la saliva de una de nosotras sobre las pantallas podrían cruzar el planeta en múltiples formas hasta llegar al lugar en el que se halla a otra y conectarnos de nuevo, sin los cables de fibra óptica que atraviesan los océanos. El agua me recuerda a una idea de Isabelle Stengergs que circula por mi cuerpo y que hago circular por otros cuerpos años después de que Siegmar Zacharias la compartiese conmigo[iii]. No son las personas trabajando juntas quienes desarrollan la vida de las ideas: son las ideas las que desarrollan un trabajo y una vida común entre las personas. El agua en sus múltiples formas -como concepto, como medio conductor y conector, como materia compartida- es lo que pone en relación a todas las personas que piensan sobre el agua en tiempos verbales muy distintos. 

El agua también se parece a las ideas en cómo ambas son capaces de derramar los recipientes que las contienen con mucha facilidad. «Pensar con agua», la propuesta de Astrida Neimanis -que además dio nombre a nuestra conversación- implica precisamente un desbordamiento de las categorías y los modos de pensar aprehendidos. Si bien el lenguaje posibilita muchas formas de relación entre las cosas, también nos impone un entendimiento lineal, progresivo, de los eventos. Me pregunto si esta linealidad verbal es aprendida o inherente a un lenguaje que también jerarquiza las formas que toma, privilegiando -por ejemplo- el ensayo sobre la poesía a la hora de pensar -y sentir- un mundo que (nos) habla de tantas muchas otras maneras. En una conversación que me gusta recordar como una desembocadura de afluentes, la crisis de la ontología y sus categorías cerradas, estáticas, que sujetan a las cosas desde una supuesta esencia y no un devenir continuo, es algo que compartí con Astrida al principio de nuestro encuentro. «Creo que lo que hace el agua es invitarnos a pensar en la ontología como una ontología relacional. Lo que algo es solo puede ser lo que es por cómo se relaciona con otras cosas. Cuando hablamos de que nuestro cuerpo es en un setenta por ciento agua, esto es un hecho. Por supuesto. Pero en las clases de ciencias no nos invitan a pensar ¿de dónde viene el agua? ¿Y a dónde va? ¿Y qué hace cuando nos aferramos a ella? Un cuerpo de agua es algo que sostiene cosas y sostiene cosas en relación con otras cosas. Sí, es un hecho que todos somos cuerpos de agua, pero esto también es una invitación a pensar de forma diferente sobre cómo nos relacionamos con todos los cuerpos de agua que nos precedieron y con todos los cuerpos de agua que vendrán después de nosotros […] Otras ontologías y cosmologías lo entienden mejor que las occidentales. El agua es vida. No hay vida sin agua. Es, a la vez, lo más insignificante y lo más mágico».

La ontología relacional que producen los cuerpos de agua me devuelve a la conversación anterior con Tabita Rezaire. La noción de «cuerpo de agua» emana dentro de su corriente animista de pensamiento. «Llevamos mucha memoria ancestral dentro de nosotros que somos agua. Y podemos imprimir esta memoria cantando a nuestras aguas, moviéndolas, haciéndolas más vibrantes, más llenas de vida cuando interactúamos con otros cuerpos de agua. Y ahí es dónde está la conversación. Es esto lo que es la relación: son uniones de agua. Es como entrar en un océano, ese sentimiento que se produce porque estás sostenida, nutrida, protegida por un cuerpo de agua más grande que el tuyo. Lo mismo sucede con el agua de una persona […] Un árbol es un cuerpo de agua, una flor es un cuerpo de agua, un animal y un insecto son cuerpos de agua. Somos como pequeños océanos descansando en la tierra.» La ultima frase de Tabita me hace pensar en el «hipermar», un concepto que yo asocio con Astrida Neimanis aunque haya sido teorizado previamente por Dianna y Mark McMenamin. El hipermar es el mar que existe en tierra firme. Fluye por muchos cuerpos, incluidos los nuestros. La vida sobre la tierra sostiene este mar rizomático donde el movimiento de sus aguas se une al movimiento de los cuerpos que lo contienen y expanden. Es un mar en red donde los conductos acuáticos se construyen de nodo a nodo. Aunque Astrida y yo no llegamos a hablar apenas del hipermar en esta ocasión, sería una herramienta que posteriormente me ayudaría a enunciar las lógicas de solidaridad que se dan en la pista de un club cuando compartimos nuestra botella de agua con personas que bailan alrededor, restaurando el hipermar de nuestros cuerpos deshidratados y movidos por las propiedades amnióticas del sonido.

«Cuando empecé a pensar en los cuerpos de agua como un concepto filosófico, una cosa que se me ocurrió es que hablamos del agua como si fuese un objeto, como si fuese una cosa. Creo que nuestra lengua inglesa sugiere que es una cosa, que es un sustantivo, como lo son casa, perro, ordenador, bicicleta…  Pero si lo piensas realmente, no existe tal cosa como el agua que no se instale como algún tipo de cuerpo. No existe tal cosa como el agua, que no sea como Astrida, o Sonia, o una taza de café, o el Océano Pacífico, o una nube de lluvia, o el aliento, o el sudor, o la orina… El agua nunca es solo agua. Cuando empecé a pensar en ello fue cuando apareció toda la idea de las ontologías relacionales, por un lado, pero también cuando el agua como productora de diferencias se volvió también tan importante. El agua es tal oxímoron, o tal paradoja… Porque mientras todos estamos hechos del mismo agua que está circulando alrededor de este planeta -y así ha sido por millones de años y seguirá siendo el mismo agua una y otra vez- cada vez que el agua encuentra un nuevo cuerpo, se vuelve diferente. Y además siempre necesita un cuerpo. Así como los cuerpos necesitan agua, el agua necesita un cuerpo. Esto es simplemente… salvaje». Las palabras de Astrida y su manera de conectar la interconexión de las cosas demuestran que pensar con agua no es pensar sobre el agua. Pensar con agua es tener en cuenta sus lógicas materiales, su hidrológica.

El agua me hace pensar en el polvo. Jusi Parikka se refiere al polvo como la «no-cosa»[iv]. El polvo es un elemento amorfo, que se escapa, que no se deja agarrar, que realmente no se puede limpiar.  Sin llegar a convertir a los cuerpos que toca en cuerpos de polvo, sí necesita de otros cuerpos para manifestarse, sedimentándose sobre todas las superficies para hacerlas aparecer y desaparecer a la vez. Cada partícula de polvo, como cada gota de agua, contiene una gran cantidad de información valiosa. Con ambos siento que la parte contiene el todo de una manera integral. Jusi Parikka define el polvo como la «entidad mínima reconocible de transformación y circulación del material». Quizás sea posible definir el agua como la entidad primera de transformación y circulación de la vida. Al igual que el polvo, el agua tampoco se deja agarrar, ni con las manos ni con las palabras. Con ambos la memoria del universo se hace presente en la tierra. El polvo de estrellas era parte de los meteoritos que quizás trajeron agua a este planeta que habitamos donde la vida ya no se da por hecho, sino que se ha vuelto incierta.  Aunque hablemos de ellos como cosas que están ahí, el agua y el polvo se parecen más a un medio que a un objeto. Se relacionan de manera muy íntima en muchas circunstancias. También ahora, mientras escribo. Y no tanto porque beba café y el polvo se acumule cuando el texto sucede, sino porque el ordenador que uso está conectado a la historia invisible del polvo y del agua. El espejismo de inmaterialidad que acompaña la épica histórica de la tecnología y sus superficies limpias oculta las condiciones tóxicas de su producción. Tanto el polvo como el agua forman parte de este proceso, aunque lo hacen desde posiciones y lugares muy diferentes. Ambos vuelven a unirse en un mismo acontecimiento cuando surge la pregunta de quién trabaja en espacios limpios y quién trabaja limpiando esos espacios. Gracias al agua, el polvo parece desaparecer por un breve intervalo de tiempo. El polvo se diluye en la memoria del agua.

La memoria y las historias de la materia han dejado de ser un impulso para convertirse en una tendencia, casi en un manierismo intelectual. Mi hábito de pensar a través de los materiales desde una ontología relacional es algo que compartí con Astrida Neimanis. No le hablé del polvo, pero sí de los minerales en la tecnología y del tiempo profundo en nuestros dispositivos electrónicos. «El agua también me recuerda que ese teléfono no solo está hecho de esos materiales: también está hecho de trabajo. No es solamente que saque el coltán de la tierra en el Congo. Es que hay cuerpos que han trabajado muy duro, y dedos que han puesto las cosas juntas. Y si antes estábamos hablando de sudor, de pis y de vivir… todas estas aguas también van a parar a las cosas que realmente no tenemos en cuenta. Hay algo de lo que se habla en ecología política, o en otro tipo de estudios científicos y sociales del agua y de la sostenibilidad del agua que se denomina agua virtual. Por ejemplo, un par de jeans azules contienen toda esta cantidad de agua virtual y dan cuenta de todas las aguas que se han utilizado en sus procesos de producción. Sin embargo, el agua virtual no tiene en cuenta todos los trabajos corporales del trabajo humano, del trabajo no-humano, de todos los cuerpos que han sido literalmente exprimidos. Me estoy imaginando a un cuerpo siendo exprimido de su propia vida con el fin de atender a otras vidas. Y no hemos tenido en cuenta todavía ese tipo de agua virtual cuando pensamos que el agua es vida».

La virtualidad del agua de la que habla Astrida Neimanis es material y real. Me pregunto si la inteligencia es un concepto que podemos aplicar al agua.  Aplicar atributos humanos sobre la materia sigue reforzando el excepcionalismo humano. Y, a la vez, qué nos hace creer que la inteligencia solo sea cosa de seres humanos. La inteligencia vuelve a sacar el polvo a la superficie. Estoy intentando imaginar partículas de polvo inteligente, «diseñadas para flotar en el aire tan inocuamente como las semillas de diente de león, recogiendo y transmitiendo datos en tiempo real»[v]. El polvo inteligente es todavía una tecnología hipotética, pero una de sus muchas aplicaciones podría ser el control del clima. Entiendo los beneficios y las ventajas de manipular el clima durante una crisis climática que parece insalvable. Y aún así, me sigue pareciendo inquietante. Astrida se referirá al clima[vi] como algo que sucede en los cuerpos de manera muy desigual. El clima tiene raza, clase y género. «Not all bodies weather the same»[vii].

Pensar a la ontología relacional a través del agua es darnos cuenta de la mecánica de los fluidos, las propiedades que son específicas a ella y que no comparte con otros materiales. Astrida está interesada en «la propiedad química del agua por la cual puede disolver casi cualquier cosa en ella. El agua se denomina a veces como el disolvente universal. Esto significa que pensar en la ontología relacional a través del agua es muy diferente a pensarla a través del carbono o la madera. Cuando el agua acoge algo y lo sostiene, también puede hacerlo desaparecer y disolverse. No para siempre, sino para transubstanciarse en algo muy, muy diferente». Esta propiedad para disolver las cosas que contiene, convierte al agua en un archivo donde la el olvido es tan importante como la memoria. En la mitología griega, beber las aguas del río Lete producía un borrado de memoria completo. Parece ser que beber las aguas del río Mnemósine provocaba todo lo contrario: un estado de omniscencia gracias al recuerdo absoluto de todas las cosas. «Es muy romántico pensar en el agua y en el océano, por ejemplo, como algo que guarda todo lo que ha existido, porque es el archivo definitivo. Pero al mismo tiempo, el agua también disuelve cosas, las cosas desaparecen en el agua, las cosas se rompen y se diluyen tanto que ya no podemos ni tocarlas […] Creo que pone en tela de juicio la forma en que pensamos en la memoria, como si no pudiéramos recordarlo todo, como si pensar en el agua como un archivo me enseñara que no puedo aferrarme a todo. A veces es necesario disolver las cosas, dejarlas ir y que se muevan a otro lugar para no volver a ser recogidas».

Muchas de las preguntas que (se) hace Astrida Neimanis tienen que ver con las políticas de la memoria, con las historias que estamos olvidando, incluso mientras suceden, y con las historias que necesitamos conocer, recordar y transmitir. «A veces tenemos que trabajar muy duro para sacarlas de las profundidades porque están tan desintegradas, tan disueltas… que se han vuelto irreconocibles». Christina Sharpe, cuyo trabajo conocí gracias a Astrida Neimanis y con quien tendría la oportunidad de mantener una conversación[viii] para otra serie de podcasts, rescata de las profundidades la inmensa historia de anti-negritud, violencia racista y colonial que ha sucedido y sigue sucediendo en los mares y océanos. La intraducible y polisémica noción de «wake» que Christina Sharpe utiliza para contarlas[ix], revela las profundas heridas que habitan los mares y que continúan en tierra firme. Algunas de ellas toman la forma de un poema dentro del libro Amensia Colectiva de Kolepa Putuma[x]. La manera en la que el atlántico negro se prolonga y persiste en el mediterráneo sería también parte de una conversación con Carola Rackete[xi] sobre la violencia que viaja en las aguas, siempre a flote y siempre sumergida. 

En uno de los textos que Astrida compartió conmigo para preparar nuestra conversación, ella se refiere al agua como un «archivo queer de sentimientos»[xii]. Al lado de los documentos, los gráficos, las estadísticas, tenemos que incluir los sentimientos en las políticas de la memoria. Sentimientos colectivos como el trauma, imposibles de representar y sin aparente registro cuestionan la misma noción de archivo. Pienso en cómo los sentimientos se mueven como un oleaje a través de los cuerpos. Su temporalidad es ajena a los calendarios y los números. Nos devuelven la experiencia de aquello que parecía lejos, hacen reaparecer cosas que no recordábamos. Al hacer confluir la memoria y el olvido en un mismo lugar, el agua también pone en crisis la crononormatividad humana y la concepción estratigráfica del tiempo planetario. Los tiempos del agua suceden todos a la vez, mecidos por el movimiento de las olas y las mareas. El planeta tierra tiene más agua que tierra.

El feminismo ha incluido las olas en su concepción del tiempo. Se habla de una primera, segunda, tercera y cuarta ola del feminismo. Aunque producen una simultaneidad de tiempos, los números contradicen esta coexistencia e insisten en un desarrollo jerárquico, progresivo y casi teleológico del feminismo. Pero si nos acercamos a las olas desde sus lógicas materiales, como comenta Astrida, es posible entender el feminismo más allá de su propio paradigma histórico. «Si el feminismo realmente viene en olas, significa que hay un océano o un gran cuerpo, o algo está llegando a la orilla, dejando un rastro y regresando al mar para volver y dejar un rastro, que luego regresa al mar y vuelve, volviendo a salir… Es mucho más cíclico, mucho más repetitivo. Está cambiando un camino, quizás la linea de costa, muy, muy gradualmente, dándole forma, tal vez para mejor, tal vez para peor». El movimiento real de las olas nos ayuda a entender la simultaneidad de los diferentes feminismos que existen. Es más, es incluso posible nadar en todas ellas a la vez. Por la memoria que una ola transporta de la anterior y de la siguiente, pero también porque es posible volver a cualquiera de las olas del feminismo dependiendo de nuestra situación en un contexto concreto. Que  sigan surgiendo más olas feministas no significa en absoluto que los problemas que las anteriores planteaban hayan desaparecido. Tampoco que las soluciones que proponían hayan sucedido o funcionado. «Nada ha cambiado en términos de violencia contra las mujeres […] El trabajo doméstico, la igualdad de remuneración, el racismo, el colonialismo, el capacitismo, el clasismo, que son siempre cuestiones feministas, no han mejorado a medida que las olas han progresado».

Con la noción de hidrofeminismo Astrida Neimanis propone aprender del agua y de cómo esta conecta las vidas que impregna. Su propia experiencia del feminismo se parece al movimiento de idea y de vuelta de las olas, trayendo a la superficie de las orillas problemas que todavía piden con urgencia ser atendidos y resueltos. «El hidrofeminismo consiste en prestar mucha atención al agua, a lo que es, a cómo se mueve, a cómo actúa, a cómo se conecta, a sus ontologías, a su ética, a sus relaciones, y a utilizarlo para pensar en nosotros mismos como agua […] Está muy arraigado, no es una idea abstracta. Se basa en las aguas reales que veo y siento a mi alrededor. Es un tipo de feminismo sensorial, muy encarnado. Pero también aprende del agua sobre la forma en que, como cuerpos, estamos todos conectados». Aunque el modo en el que el agua nos conecta desborda el lenguaje, convirtiendo las líneas de narración en una red infinita de conductos acuáticos entre cuerpos de agua, «el agua siempre necesita un cuerpo y siempre es tomada de manera diferente. Es también y siempre diferencia. ¿Qué lección más importante tiene que enseñarnos el feminismo que la importancia de entender que de alguna manera estamos conectados? Que, para bien o para mal, nos afectamos unos a otros y somos afectados por los demás. El agua nos enseña eso».

Estamos todos conectados, pero no lo estamos de la misma manera o nuestra posición no es la misma que la de otros cuerpos en ese exuberante y escurridizo flujo de conexiones. En una conferencia online[xiii], Astrida Neimanis remarcará algo muy importante: el cómo está hecha esta hiperconexión y quienes se benefician realmente de ella. Que estemos interconectados no nos convierte en iguales. Ni siquiera todos los cuerpos sudan de la misma manera. El peligro de los falsos comparativos es algo que también mencionaría Elizabeth Povinelli en una conversación[xiv] posterior de la serie de podcasts Corona Under the Ocean. Uno de los muchos riesgos de las comparaciones engañosa es precisamente que benefician siempre a quien establece el falso paralelismo, haciendo emerger una suerte de intimidad que hace desaparecer aquellos matices que revelan necesarias e incómodas diferencias. Sin embargo, la intimidad a la que se refiere Astrida Neimanis en relación al agua, sucede desde y por esta diferencia palpable. «Esa intimidad no es lo mismo que ser todos juntos un gran charco […] El agua me enseña la relación en la diferencia de la manera más profunda. Y ese es el núcleo que constituye el corazón del hidrofeminismo».

A lo largo de nuestro encuentro Elizabeth Povinelli subrayaría que no se puede separar lo que entendemos como conocimiento occidental del colonialismo y su historia. Su cuidadosa llamada de atención pone cuerpo a lo que antes era un presentimiento crítico que tiene que ver con la relación entre conocimiento y extractivismo, con el conocimiento como algo bueno per se, con el derecho a saber y juzgar como un derecho absoluto y parcial a la vez, con la ausencia de un retorno o un intercambio con aquello que «se sabe» o «se conoce», con el derecho de muchas cosas a no ser conocidas por un conocimiento que se apropia de ellas sin dar nada a cambio. Astrida Neimanis también es consciente de esta desigualdad y falta de reprocidad. Sin pretender humanizarla, se pregunta por los deseos del agua, por lo que quiere, por lo que necesita. «¿Cómo puedo, como feminista y como cuerpo acuoso, cambiar mi práctica y mi comportamiento para responder a lo que el agua necesita y quiere? Creo que eso me lleva a un tipo diferente de ética medioambiental

Porque pensar con agua, sin dejar que el agua nos arrastre con ella, con su energía y belleza, pero también con su toxicidad y su violencia prestada, puede convertirse en un ejercio intelectual de escasa repercusión práctica. «Si voy a pensar con el agua, y aprender del agua, a desarrollar un marco teórico para que el feminismo sea acuoso, entonces también se trata de qué le debe el feminismo al agua.  ¿Qué tiene que devolver el feminismo a todos los cuerpos acuosos de los que extrae ideas?». La voz de Tabita vuelve a aparecer, como un eco que genera ondas en forma de círculos sobre el agua y las palabras de Astrida. Al aprender a respirar, dejamos de ser anfibios, nos olvidamos de nuestra íntima relación con el agua. «Si pensásemos conscientemente en lo que es estar vivo, en lo que es dar vida, trataríamos nuestras aguas de forma diferente, desde las aguas de nuestro útero hasta los ríos, los océanos o un vaso de agua, el cómo bebemos, la forma en que tú tratas al agua es la forma en que ella te va a tratar a ti».

Sonia Fernández Pan


[i] How Much Water es un episodio con la investigadora y escritora Flavia Dzodan que pertenece a la serie de podcasts If I knew time as well as you do, siendo organizados y encargados por la artista Eva Hoonhout como parte de su trabajo escultórico durante el año 2021.

[ii] Durante el año 2020 fue anfitriona y editora de la serie de podcasts Corona Under the Ocean, producida por TBA21–Academy y el Art Institute de Basel. Estos podcasts fueron el resultado de conversaciones con invitados de diversas disciplinas con el fin de explorar de manera conjunta el impacto de la crisis de la pandemia producida por la Covid-19 en la investigación oceánica, así como sus efectos en el océano y la vida que contiene.  Formaron parte de la serie en orden cronológico: Greg Dvorak, Marah J. Hardt, Cynthia Chou, Tabita Rezaire, Astrida Neimanis, Filipa Ramos, Camila Marambio, Elizabeth A. Povinell, Carola Rackete y Su Hu Hsin.

[iii] Esta conversación con Siegmar Zacharias tuvo lugar en 2019. Bajo el título de Visceral Thinking forma parte del creciente archivo de podcast Promise No Promises!, producido por Institute Art Gender Nature FHNW Academy of Art and Design en Basel.

[iv] Dust and Exhaustion, The Labor of Media Materialism, del escritor y teórico de los medios Jusi Parikka es un texto publicado por Ctheory en 2013. Sus análisis del polvo forman parte de mi investigación comisarial de largo recorrido sobre la materia y los objetos como sistemas de relaciones.

[v] Ibid.

[vi] Astrida Neimanis, refiriéndose al trabajo de Christina Sharpe y del feminismo negro, señala cómo «climate» no es lo mismo que «weather». Este último es social, político, económico y cultural. Durante nuestra conversación, la diferencia entre “weather» y «climate» será fundamental en las reflexiones de Astrida sobre la pandemia producida por la Covid-19. 

[vii] Para preparar nuestra conversación Astrida Neimanis compartiría conmigo «Weathering», un texto escrito con Jennifer Mae Hamilton para la publicación Feminist Review durante 2018. En dicho texto ambas escriben: «not all bodies weather the same; weathering is a situated phenomenon embedded in social and political worlds»

[viii] La conversación con  la escritora y académica Christina Sharpe tendría lugar a finales de 2020 y daría lugar al podcast Being in the Wake, parte de la serie de diez podcasts Feminism under Corona, dentro del archivo Promise No Promises! Producido por Institute Art Gender Nature FHNW Academy of Art and Design en Basel.

[ix] In the Wake. On Blackness and Being es uno de los  libros que forman parte de la extensa investigación y pensamiento de Christina Sharpe. Editado por Duke University Press en 2016, fue una lectura fundamental a la hora de preparar la conversación con Christina Sharpe.

[x] El último episodio de la serie de podcasts Feminism under Corona, titulado Writing with all your senses sería una conversación con la poeta Koleka Putuma que sucedió en enero de 2021. Conocí la poesía de Koleka Putuma a través de la artista Lúa Coderch, que me regalaría su libro Amensia Colectiva, traducido al castellano por la editorial Traficantes de Sueños.

[xi] Political Action, Political Imagination sería el título de la conversación con la activista política  y capitana de barco Carola Rackete, también parte de la serie de podcasts Corona Under the Ocean.

[xii] Water, a Queer Archive of Feeling, de Astrida Neimanis, forma parte del catálogo de la exposición homónima Tidaletics que tuvo lugar en el Thyssen-Bornemisza Art Contemporary-Augarten de Viena durante 2017, comisariada por Stefanie Hessler para  TBA21-Academy.

[xiii] La conferencia online We are all at Sea de Astrida Neimanis formó parte del programa público Care para RIBOCA2, Riga International Biennial of Contemporary Art durante 2020.  Descubriría esta presentación de Astrida meses después de nuestra conversación.

[xiv] La conversación con la teórica crítica, cineasta y antropóloga Elizabeth A. Povinelli, The colonial conditions of Western knowledge, tendría lugar en septiembre de 2020, dando forma al octavo y extenso episodio de la serie de podcasts Corona Under the Ocean.