No es una noticia que, en la última década, Internet se haya vuelto corporativo. Ser un usuario Internet hoy significa encontrarse con una infinidad de formas de publicidad digital; desde anuncios clásicos de marcas hasta el contenido dirigido; desde mecanismos políticos de filtración a estrategias de (auto)promoción. Nuestra conciencia sobre el control algorítmico de nuestras subjetividades y el impacto de nuestra huella de carbono digital han crecido en igual medida y, a veces, podemos sentir que la única forma de seguir adelante es salirnos, soltar, apagar. Sin embargo, suena como algo imposible, una fantasía. Aún peor, una fantasía para los privilegiados. Abogar por la desvinculación digital tendería a reproducir e intensificar la marginalización e injusticia existentes. La desvinculación digital no es por lo tanto una meta, sino algo más parecido a un paradigma teórico, una forma de pensar y vincularse de forma diferente con lo digital, con nuestras formas de usar el tiempo, con la sociabilidad y la vida cotidiana. Y, de hecho, en Internet, todavía abundan ejemplos que nos invitan a hacer justo esto: pasar más tiempo significativo desconectados, tener más agencia en el mundo físico.
Cada mes, la librería La Dispersion envía una newsletter que, para variar, cuando aterriza en mi bandeja de entrada, recibo con una sonrisa y trato con cuidado. La selección de recomendaciones de lectura no incluye solamente libros recién publicados, refleja más precisamente el compromiso de las personas que llevan esta librería irremplazable, albergada en el Bâtiment d’Art Contemporain en Ginebra y que presenta publicaciones pasadas y actuales, nuevas y de segunda mano, de arte, literatura, teoría crítica y, en particular, libros infantiles que tienen la habilidad de expresar e inspirar pensamientos y luchas feministas, antirracistas y anticoloniales. Además, La Dispersion organizó recientemente su primera feria del libro anual, el Salon des Disperséexs, que reunió a muchas de las editoriales que se venden en la librería e incentivó encuentros y conversaciones, ofreció talleres y un área dedicada a los niños y las niñas con libros para consultar.
Crear mapas, dibujar, interpretar y darlos a conocer es tal vez una de las formas más útiles y poderosas de entender los riesgos ambientales asociados a la vida contemporánea, cómo vivimos y cómo podríamos vivir. Por ejemplo, en Francia, en donde resido, la página web de Les Soulèvements de la Terre (Los levantamientos de la Tierra) construye y actualiza un calendario de acciones de ocupación de tierras con el fin de establecer, sobre el terreno, un nuevo equilibrio de poder en contra de proyectos e infraestructuras extractivas y privatizadoras. Los mapas que se publican en su página web son la herramienta más efectiva para reunir y crear alianzas entre un grupo amplio de ciudadanos (y no solamente activistas dedicados) con preocupaciones ecológicas, sociales y agrícolas. Crear mapas, localizar en dónde todavía es posible plantarse colectiva y solidariamente, en dónde se necesita apoyo efectivo un día en particular, es una forma de afirmar que nada, ningún gesto, ninguna forma de cuidado, inclusive las más pequeñas, pueden ya considerarse insignificantes o inadecuadas ante los peligros climáticos, ambientales, sociales y antidemocráticos que enfrentamos.